A pesar de los efectos de la crisis económica, el turismo se mantiene como un pilar clave de la economía valenciana. Este sector, que genera importantes ingresos directos e indirectos, no sólo continua siendo uno de los pocos que se salva de la recesión sino que, además, llegó a experimentar un balance muy positivo en 2013, con un significativo incremento de visitantes en Valencia gracias a la afluencia de turistas extranjeros. Las cifras que hemos conocido nos llevan a afrontar con optimismo el comienzo de la nueva temporada turística.
El sector turístico es uno de los pocos en los que podemos sacar pecho, sin duda, pero es un error poner el foco únicamente en la cifra total de turistas, ya que lo más importante es analizar y valorar su nivel de gasto, el impacto económico real, la calidad del empleo que genera y, en definitiva, el beneficio global (no sólo económico) que revierte en la ciudad. Y es en este apartado donde aparece la principal debilidad del mercado turístico de Valencia, que todavía se caracteriza por ser estacional y de bajo coste y, en consecuencia, de crear puestos de trabajo temporales limitados a los meses estivales.
Superado ya el anterior modelo turístico de los grandes eventos deportivos de la Copa América y la Fórmula 1, impulsado con entusiasmo por Camps y Barberá mediante unas inversiones millonarias que no han resultado rentables para la ciudadanía, ahora toda la atención está centrada en el turismo de cruceros. Aun reconociendo sus aspectos positivos, estudios recientes reflejan que la repercusión económica de este turismo low cost es limitada porque los cruceristas gastan poco al estar sólo unas horas en la ciudad. El PP comete un error estratégico al seguir apostando todo por un tipo de turismo muy temporal.
Las principales políticas para la promoción de la ciudad, con el doble objetivo de atraer nuevos visitantes y obtener una mayor rentabilidad, deberían ir encaminadas a impulsar vertientes aún no suficientemente explotadas, como el turismo cultural. En este sentido, las líneas estratégicas para lograr la reactivación económica de la ciudad de Valencia deben pasar por una decidida apuesta por la promoción de este tipo de turismo, económicamente más beneficioso, estable, sostenible en el tiempo y menos estacional, ya que supone que el visitante pase más días en la ciudad para conocerla más a fondo.
Para ello, Valencia necesita urgentemente un plan estratégico para ampliar y mejorar su oferta turística y cultural, diseñado por auténticos profesionales. Ni el Ayuntamiento ni la Generalitat tienen un programa cultural; todo son medidas improvisadas, sin un criterio claro, como el proyecto fallido del Museo Sorolla. No es casualidad que Valencia y la Comunidad Valenciana se encuentren tan mal posicionadas en el ranking de la oferta cultural en España, según estudios recientes, o que ninguna de las instituciones culturales valencianas esté presente entre los principales referentes, ni tan siquiera el Museo de Bellas Artes San Pío V o el IVAM. Además, los museos municipales son poco atractivos porque la mayoría de ellos tienen unas instalaciones desfasadas y carecen de nuevas tecnologías y recursos didácticos, salvo los de más reciente creación. Hace falta una buena organización de nuestros espacios expositivos, una buena política de promoción y exposiciones capaz de atraer y, sobre todo, formar. Las exposiciones de nivel no abundan y están muy por detrás de las que se organizan en otras grandes capitales. Valencia, en este ámbito, no ofrece nada nuevo desde hace tiempo.
Más allá de las fracasadas políticas culturales desarrolladas por el Partido Popular, el Ayuntamiento tiene que emplearse a fondo en mejorar la movilidad y el paisaje urbano del centro histórico, uno de los más extensos e interesantes de Europa pero también uno de los más degradados urbanísticamente, una vez que se traspasa el tradicional circuito turístico del barrio de la Seu y Universitat-Sant Francesc. Si la primera barrera está muy cuidada pero a partir de ahí el abandono es evidente, la impresión que se lleva el visitante no es muy agradable. Valencia malgasta su atractivo turístico, ya que no resulta del todo cómodo un desplazamiento a pie por Ciutat Vella, donde el espacio de los peatones es un espacio residual, marginal, y es imposible disfrutar de la visión de muchos de sus mejores monumentos a causa del tráfico. Y como telón de fondo, cientos de solares y edificios apuntalados y cubiertos por mallas para evitar la caída de cascotes ofrecen una desoladora imagen, la verdadera postal de una gestión urbanística municipal nefasta. Sólo una decidida apuesta por la peatonalización de ciertas calles y plazas, la protección integral de los entornos monumentales, y ayudas potentes a la rehabilitación de vivienda, mejoraría a largo plazo la calidad urbana del casco histórico. Del Cabanyal y su enorme potencial turístico perdido ni hablamos.
Otra de las claves principales para fomentar el turismo cultural pasa por la elaboración de un verdadero proyecto para difundir y promocionar de manera eficaz nuestro abundante y desconocido Patrimonio Cultural, promoviendo con ello, además, que el turismo llegue a otros lugares de Ciutat Vella distintos a los más turísticos para que ello suponga un impulso económico de otras zonas (barrios de El Carmen y El Mercat) revitalizando con sus compras y gastos el comercio y los servicios. Este programa integral para ampliar la oferta cultural tendría que centrarse en mejorar el acceso, la visita y la información de todos los monumentos de la ciudad, pues en muchos de ellos ni tan siquiera se ofrecen visitas guiadas y carecen de recursos didácticos y nuevas tecnologías que enriquezcan la visita. Además, un gran número de edificios de gran valor histórico-artístico y monumentos no se pueden enseñar porque están en ruina o porque tienen restringida la visita del público (como los palacios medievales, de uso institucional), a pesar de que los bienes inmuebles declarados Bien de Interés Cultural (BIC) están obligados por la Ley a abrir sus puertas a los ciudadanos al menos 4 días al mes.
¿Cómo va a incluir el Ayuntamiento en los circuitos oficiales los restos de la muralla islámica conservados en el entorno de la Plaza del Ángel en El Carmen, si se alzan frente a un solar abandonado lleno de maleza? ¿Por qué no ponen en valor los restos arqueológicos de época romana que permanecen a la intemperie en la calle Salvador desde los años 90? ¿Cómo es posible que el Colegio del Arte Mayor de la Seda, símbolo del esplendor de la Valencia del Siglo de Oro, siga sin ser rehabilitado y convertido en el que podría ser el mejor museo de la Seda de Europa? ¿Por qué estuvieron cerrados al público sin motivo alguno los Baños del Almirante del siglo XIV durante año y medio? Tan sólo por citar algunos ejemplos. En cualquier otra ciudad, sus dirigentes han sabido apostar por el Patrimonio Cultural como recurso turístico y económico y, sobre todo, por sus valores sociales, culturales y educativos para la ciudadanía.
Sin duda, Valencia tiene todas las características para convertirse en uno de los mejores destinos de España y Europa, con capacidad para conformar una oferta turística de gran atractivo, calidad, rentabilidad y altamente competitiva durante todo el año. Cuenta con unas infraestructuras turísticas inmejorables, una oferta gastronómica y de ocio de calidad, el mar, la huerta, el clima (incluso en invierno sus suaves temperaturas permiten disfrutar de la ciudad en todo momento), la cultura, un centro histórico enorme y un rico y valioso patrimonio arquitectónico y cultural. Porque Valencia es mucho más que las Fallas, la horchata y la paella. Tiene recursos para fomentar el turismo cultural, pero falta que desde la corporación municipal sepan y quieran explotarlos debidamente. Barberá y su equipo de gobierno demuestran poca ambición para la ciudad. Les falta un proyecto. Deben orientar sus políticas hacia otro modelo turístico y cultural. ¿Desidia, incompetencia o falta de miras? De todo un poco.
Por Esteban Longares Pérez
Vicepresidente de Círculo por la Defensa y Difusión del Patrimonio Cultural